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Una historia de acogida

Historias reales basadas en nuestra experiencia de nuestro día a día en un albergue! Aquella noche de verano, regresábamos con el hijo de mi marido a casa después  de ir a  nuestra bocatería favorita en el centro histórico de Tui. Regresábamos charlando entre los tres, mientras subíamos las escaleras empedradas que pasan por delante del […]

Historias reales basadas en nuestra experiencia de nuestro día a día en un albergue!
Aquella noche de verano, regresábamos con el hijo de mi marido a casa después  de ir a  nuestra bocatería favorita en el centro histórico de Tui. Regresábamos charlando entre los tres, mientras subíamos las escaleras empedradas que pasan por delante del albergue público.
No fui consciente, pero me detuve después de unos pasos y regresé a la entrada del albergue porque algo no coincidía.
Un hombre, tumbado sobre las piedras al final de la escalera. Vestía solo una camiseta, y aunque era verano, el aire frío de la noche empezaba a calar, mientras me fijaba en la puerta cerrada del albergue. Pasada cierta hora, los públicos no dejan entrar, aunque sí salir. Me acerqué al hombre.
—Te has quedado fuera, ¿verdad? —le pregunté.
—Sí —contestó, levantando la mirada. Parecía preocupado—. Salí a fumar un pitillo y a dar una vuelta… Me dejé el móvil, la cartera y todo dentro. No tengo otra opción que esperar aquí hasta que abran por la mañana.
Nos miramos los tres. “Tenemos un albergue”, dije al fin. “No es nada del otro mundo, hoy no hay sitio, pero tenemos un sofá. No es el mejor lugar para dormir, pero será mejor que estas piedras”.
El hombre parecía dudar, pero aceptó. Se levantó despacio, y caminamos juntos hacia nuestro albergue.
Entramos en silencio para no despertar a nadie. Saqué una manta y, señalando el sofá, le dije: “Siéntete como en casa. Descansa”. A la mañana siguiente, cuando volví temprano para revisar cómo estaba, ya se había ido. No dejó nota, pero algo me tranquilizó profundamente: saber que no había pasado la noche sobre las piedras. El empedrado de Tui es precioso pero nada cómodo para el sueño.
Una semana después llegó un mail, un correo inesperado que decía más de lo que imaginaba. Nos agradecía la ayuda, pero fue una frase la que se quedó grabada en mi memoria: “Ese niño, de mayor, va a ser una gran persona, porque tiene un gran ejemplo en vosotros. Comencé mi camino esperando acogida, y fue justo antes de comenzarlo que la encontré”.
Aquella noche aprendimos que acoger no solo es dar, es también recibir. Porque en esos gestos simples, uno se siente como en un hotel de cinco estrellas: rico, pleno, y agradecido por el verdadero espíritu del Camino.
Y mira tú qué anécdota porque ahora que una va cumpliendo años aprende que no hay mejor regalo que regalar.
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